Capítulo
XII: Fugitiva
Ak dovurak, Rusia
(90.55ºE, 51.17ºN)
19:11 - 08/sep/1979
La
helada tarde daba paso a la noche en el pequeño poblado, aislado por
su distancia a Moscú, la vida rural soviética era dura para los
habitantes que sin embargo apacibles vivían su realidad.
Por la calle, inadvertida por la mayoría, caminaba una joven de
cabello rubio erizado, vestida hasta medio rostro con prácticamente
harapos, avanzaba con desinterés en sus pasos, sin embargo
observando en todas direcciones con sus brillantes ojos azules que
denotaban una mirada intranquila, para cuando llega a un pequeño
callejón se interna en él tras escudriñar los alrededores
asegurándose de no ser vista, una vez al fondo del estrecho pasaje
se sienta y de entre sus ropas saca un conejo muerto el cuál sin
reparo alguno comienza a devorar, velozmente termina con el animal
incluidos los huesos dejando a penas algunas gotas rojizas en el
húmedo suelo, chupando luego de sus dedos y labios hasta el último
resto de sangre. La joven se acurruca y se queda estática con uno de
sus ojos abierto mirando justo hacia la entrada del callejón.
En una pequeña base militar cercana varios soldados de alto rango
se encontraban discutiendo reunidos.
-La Mantícora fue avistada al este de Ak dovurak, ¿no es así
camarada Okhotnikov?-Asegura uno de los presentes señalando con la
mirada a quien pareciera el único sin uniforme.
Alto, esbelto y relativamente joven el hombre al que se referían
vestía una larga gabardina beige que lo distinguía de los demás
presentes.
-Así es camarada, rastreamos a la Mantícora teniendo con ella al
menos 5 enfrentamientos en los cuales hubo un insignificante número
de bajas, sin embargo nuestros esfuerzos por capturarla han sido en
vano por esa misma razón, estamos distrayendo mucho al personal en
la supervivencia del equipo, por lo que yo sugeriría, les dejaran
claras las prioridades a sus elementos- Afirma con seguridad el
señalado.
-¿Está sugiriendo que las vidas de los soldados carecen de
valor?-Responde otro de los uniformados con cierta molestia.
-En comparación con el costo del proyecto y las pérdidas hasta el
momento, si, eso estoy afirmando, la Mantícora es un muy valioso
objeto para esta nación, por lo que no debemos seguir escatimando en
esfuerzos para capturarla, y eso no es fácil dada su capacidad para
mimetizarse, la hemos visto con al menos cuatro apariencias
completamente diferentes-
-¿Cómo está seguro de que la ha visto entonces?-
-Eso es mi trabajo, y si se lo dijera les dejaría de ser útil, y
todos sabemos lo que pasa con quienes no le son útiles a la madre
patria, si a mi no me creen, pregunte a los soldados que han
sobrevivido por qué la han llamado Mantícora. Ahora, si me
disculpan, seguiré con mi trabajo-
Sergei Okhotnikov, un detective militar famoso por su habilidad para
seguir rastros invisibles se encontraba buscando por ordenes del
gobierno Ruso a la creatura que años antes hubiera escapado de una
de las instalaciones más secretas y seguras de la nación, al cabo
de dichos años ya se había encontrado cara a cara con ella una
docena de veces en las cuáles su interés había crecido, la
búsqueda prácticamente se había convertido en una obsesión para
él, más de una vez habían intentado reemplazarlo por otros
detectives, sin embargo ningún otro había siquiera podido dar con
la Mantícora, como recientemente nombraban al ser producto del
experimento LIINHHN-i.
A lo largo de sus encuentros había aprendido algunas formas de
acercarse a la creatura sin ser detectado por sus agudos sentidos,
rociarse con secreciones animales, pastillas que alteraban su ritmo
cardíaco entre otras, mismas que mantenía en secreto del resto de
los perseguidores dando así resultados que otros no habían logrado,
y ese día no fue la excepción.
Terminado su ritual sale en un automóvil particular con dirección
a Ak dovurak guiado por nada más que meras corazonadas.
En el pequeño poblado la joven seguía descansando cuando las risas
de un niño la despabilan aún cuando provenían de el interior de
alguna de las casas al rededor, imperceptibles para cualquiera, los
demás ruidos que escucha en aquella dirección le indican que la
casa estaba siendo dejada por todos su habitantes, por tal motivo
ágilmente salta al tejado y corre hacia el lugar entrando con gracia
felina por una ventana, rápidamente escudriña las habitaciones en
busca de ropa la cuál se lleva sin dejar mayor indicio de su
presencia.
Sergei entra al pueblo dejando su auto para luego comenzar a caminar
al azar entre las calles, mirando con discreción en todas
direcciones, escudriñando los detalles de las personas con quien se
cruzaba.
-¿A dónde te diriges?, ¿Por qué te detienes en algunas
ciudades?, ¿sólo para robar ropa?, no creo, hay algo más- Se dice
a si mismo el detective imaginándose charlar con la creatura a la
que buscaba.
En el tejado de la casa que acababa de atracar la joven se desvestía
ajena por completo al gélido clima, mientras lo hace mira en todas
direcciones termina de vestirse con las prendas robadas que a primera
vista le ajustan poco, sin embargo tras unos pocos pasos su cuerpo
cambia algunas tallas para hacer que tal diferencia desapareciera.
A pocas cuadras de allí el detective entregaba en la calle algunas
monedas a una mujer.
-¿Sólo tengo que gritar y luego usar el silbato señor?- Pregunta
ella desconcertada por la petición que se le había hecho.
-Si señora.
-Espero que su perro aparezca señor- Contesta la mujer dando luego
unos pasos.-¡Fermín, te estoy llamando Fermín, hazme caso!
Las palabras cruzan por las calles perdiendo fuerza, pero no
desaparecen para el agudo oído de la chica en el tejado quien siente
las mismas recorrer todo su cuerpo como un escalofrío, dubitativa se
queda pensando un momento para luego bajar a nivel de calle y caminar
hacia el lugar en que se habían escuchado.
Desde una esquina Sergei observa las calles discretamente
percatándose así de una joven rubia de media complexión y ropas
sencillas que aparece lenta y casualmente como buscando algo, luego
de unos instantes comienza a caminar por la calle con seguridad y sin
prisa, a pocos pasos voltea en dirección a la mujer con quien el
detective hubiera hablado antes, ésta soplaba fuertemente en un
silbato que parecía no producir ningún sonido. Sin prestar mayor
atención la joven sigue su camino.
El detective espera pacientemente hasta que la chica se aleja y se
acerca a pagar a la señora y recuperar el silbato.
-No te va el cabello rubio, aunque agradezco la suerte de volverte a
ver- Comenta para si el hombre mientras discretamente comienza a
cortar distancia con su objetivo.
Por algunas calles caminan hasta que la joven perseguida se detiene
frente a un local dedicado a los productos para mascotas, poco dura
estática para después decidirse a entrar. El modesto lugar
saturaría los sentidos más normales con aromas de alimento para
animales sin embargo, extraño para el tipo de tienda, no había una
sola jaula o pecera.
-Buenas tardes- Comienza la joven. -Quisiera saber por qué no hay
animales en su local- Su voz era casi melódica, pero su tono algo
arrebatado, ligeramente agresivo.
-Buena tarde, bueno señorita, como verá no tengo las condiciones
para tener animales aquí- Contesta el hombre encargado causando un
esbozo de sonrisa en la potencial clienta. -Es muy pequeño mi
espacio para las jaulas, y...- Intenta continuar el sujeto cuando se
percata de que la joven se retiraba.
Frustración casi iracunda se notaba en el rostro de la chica
mientras se alejaba con largas y apresuradas zancadas del lugar, su
perseguidor por otro lado se queda unos momentos parado frente al
lugar tratando de explicarse el porqué de aquella breve visita,
reanudando pronto su persecución terminándose escasos minutos
después cuando la joven entra a una pequeña fracción de bosque que
cruzaba por un costado del poblado dividiéndolo, allí el último
indicio del detective son algunos movimientos en las copas de los
árboles, algo que ya había presenciado pues, la Mantícora, como él
la llamaba, parecía tener preferencia por descansar en lo alto de
los árboles así que sin demostrar atención al hecho continúa de
largo su camino sin acercarse.
Estando a por lo menos un kilómetro del lugar el detective entra a
un pequeño merendero con bastante ruido y saca de sus ropas un
radio.
-La tengo localizada, pero se encuentra en un área muy abierta, una
franja de boscosa al sureste de Ak dovurak, el poblado es pequeño,
pero requeriremos de muchos elementos para intentar cercarla, y si me
lo pregunta, incendiar parte del bosque, no creo que tengamos más
que unas seis horas antes de que se mueva y volvamos a perderle,
solicito un equipo de francotiradores, debemos distraer su atención
antes de proceder con la movilización o se percatará, artillería
de alto calibre.
Escasas 2 horas más tarde un vehículo militar con cuatro tiradores
profesionales es recibido por Sergei quien los persuade con
múltiples ademanes a apagar el vehículo.
-Son unos idiotas, ¿Que no entienden que conoce el sonido de éstos
autos?, ahora, si ella sigue en el bosque necesito que se ubiquen en
estas posiciones- Comenta con claro disgusto mientras muestra un mapa
a los recién llegados.
-Necesito disparos simultáneos, sólo
tendrán una oportunidad, y deberán apuntar exclusivamente a la
cabeza, cuando jalen del gatillo la creatura escuchará las
detonaciones y reaccionará antes de que las balas lleguen, ténganlo
en cuenta, pues no es como un objetivo humano, sabrá exactamente
desde qué dirección le están disparando y se agazapará como lo
hace un gato, disparen pensando en eso, aquí hay una fotografía,
borrosa y lejana pero les dará una idea de la posición que toma
cuando se siente amenazada, en esa ocasión todos los disparos
fallaron pasando muy por encima del blanco, prevean ésto o les
aseguro que fallarán.
-Continúa él dando cuanta instrucción
consideraba pertinente.
-No es lo que parece, que su apariencia no
los engañe, se encuentra aproximadamente en esa dirección- Señala
y luego comienzan todos a moverse a los puntos acordados desde donde
rastrean las copas de los árboles de la cercana franja de bosque
localizando en breve la silueta de la joven rubia sentada en una rama
recargada en el tronco de un árbol que la alzaba a más de doce
metros del suelo y sin embargo parcialmente oculta por las ramas y
troncos de otros tantos árboles a su alrededor, la creciente
oscuridad descubría sus brillantes ojos que resplandecían con el
más mínimo destello de luz.
Un par de tiradores que miraban a la creatura discutían sobre su
apariencia.
-¿Esa es la Mantícora?, me parece una jovenzuela común.
-Muy común dormir en un árbol en el frío de las planicies, ¿eres
idiota?
-Ya lo sé, pero los camaradas la describen como de enormes garras y
colmillos, ¿no podría ser un error?
-Explícale al Sargento si tan convencido estás, yo sólo sigo
órdenes
Por las radios se escuchan los avisos de que las fuerzas de tierra
se estaban colocando en un perímetro de casi un kilómetro del
bosque; en un par de horas casi tienen rodeada la franja.
Desde las miras telescópicas de los tiradores, los únicos con
contacto visual de la extraña joven, no se percibe alteración en
ella quien reposaba cerrando alternadamente por largos ratos los
ojos.
Sin haber notificado de sus propios movimientos al resto de los
involucrados, Sergei se acerca al borde de la población armado con a
penas un radio, un revolver y nos binoculares para mirar a la
distancia a su elusiva presa.
En el semblante del investigador se percibe determinación,
paciencia; sus años tras La Mantícora le habían enseñado ya que
la tarea no ocurriría sin intensa preparación y algo de suerte,
pues aquella creatura en apariencia inofensiva había asesinado a
centenares de soldados armados y entrenados, había arrasado con
convoyes completos en minutos; él mismo había presenciado una de
aquellas masacres salvado entonces por un golpe de suerte, se había
ocultado fingiendo haber sido abatido a escasos centímetros de un
soldado moribundo, pues aunque la feroz creatura no daba tregua
contra quienes la amenazaban, rara vez corroboraba la muerte de sus
contrincantes, dándola por hecho en muchos casos en los que les veía
agonizar.
En más de una ocasión él parecía haber sido el único capaz de
presenciar las imposibles proezas del ser sin morir: saltos irreales,
carreras tan veloces que vencía las máximas capacidades de los
motores de automóviles, contorsiones indescriptibles, rugidos
ensordecedores; pero nada le había fascinado tanto como su
mimetización, en segundos sus facciones, estatura, su complexión y
hasta su color de cabello, ojos y piel, cambiaban para convertirla en
una persona completamente distinta; reconocerla tras un cambio como
ese era algo que solamente Sergei había logrado; el fundamento de su
éxito, esa habilidad que ni siquiera él se podía explicar del
todo.
Su firme postura ocultaba por completo sus sentimientos encontrados,
su miedo al saber lo que aquel ser era capaz de hacer, respeto al
verle como un reto al que era digno enfrentarse, orgullo como cada
ocasión en que encontraba a tan escurridizo blanco, nerviosismo por
su incapacidad para orquestar como quisiera a los temerosos pero
arrogantes soldados, adrenalina al imaginar que esa podría ser su
encuentro definitivo con Linhhn-i.
Los escasos últimos rayos de sol entraban por la ventana del cuarto
de Fiorella quien desde su silla tras el escritorio miraba a Lin
quien desde la terraza observaba de manera solemne al astro rey
desapareciendo en el horizonte.
Los ojos de la joven residente desbordaban curiosidad, su firme pose
contemplativa se rompía por instantes en los que casi reunía las
fuerzas para hablar, un “casi” que concluía retomando su
posición.
-Y...dime, la chica del retrato, ¿es como tú?
-¿Retrato?-
El cuestionamiento de la visitante toma por sorpresa a su
interlocutora quien titubea tras su automática pregunta. Lin pasa su
mirada a Fiorella para luego dar unos pasos al interior de la
habitación, dentro señala una fotografía colocada sobre un corcho,
en ella aparecían Fiorella y Marie de hace algunos años.
-¿Marie?...bueno, ella...es muy buena, y muy amigable...quizá...
-Me cuesta trabajo creer que seas la única con creencias así, los
humanos no suelen ser únicos, se agrupan, por su color, por sus
miedos.
-Pasando por alto que eso puede ser considerado como ofensivo, debo
decir que entiendo de qué hablas, pero no, en realidad discuto mucho
con otros humanos por mis ideas, muy pocos coinciden con ellas.
-¿Y dónde están esos otros?
-¿A qué te refieres?- La pregunta parecía haber golpeado a
Fiorella en el pecho.
-¿Por qué no se agrupan? ¿por qué todos esos que piensan como tú
no están cerca?
-Pues ellos...no...muchos sólo los conozco por Internet, no sé
quienes son en realidad sólo sé sus ideas y...
-¿Esa máquina frente a la que pasas todo el día es Internet?
Por un momento aquella pregunta parece infantil a los oídos de la
estudiante de ingeniería, sin embargo rápidamente se contextualiza
e incluso se siente aliviada al desviar la atención de aquél tema
anterior que había dejado en ella un sabor amargo.
-Pues si y no, en realidad el Internet es el conjunto de muchas
máquinas como ésta en todo el mundo, casi todos los aparatos
modernos son parte de Internet.
-Es decir que en ella puedes ver lo que pasa en otra máquina igual
en otra parte del mundo, ¿como el teléfono?
De nuevo, la primera impresión de Fiorella sobre el cuestionamiento
es su aparente infantilidad, sin embargo, una ágil reflexión de la
joven le hace entender que aquella analogía de hecho era en buena
medida válida.
-Si, se parecen un poco, aunque pueden comunicarse varias máquinas
a una sola, y viceversa; así como que pasan más cosas que solamente
voz.
-Ya veo, ¿y ver todo eso que ocurre en otras máquinas del mundo
amerita horas de tu tiempo? ¿No podrías ir a verlo por ti misma?
¿Reunir a las personas que están en aquellas máquinas?
El encuentro era ya impredecible para la habitante de la casa quien
sucumbe ante el por demás lógico cuestionario de su visitante.
Cada pregunta parecía cimbrar algún fundamento del comportamiento
de la anfitriona que luchaba por no debatir, por no perderse en
respuestas que ella misma dudaba tener en ese momento. La mirada de
la visitante sin embargo no era inquisitiva, de pronto pareciera no
tener prisa alguna en escuchar respuesta.
-No soy muy buena para charlar, ¿cierto?- Dice la joven de ojos
ámbar regresando a la terraza para contemplar la joven noche en el
horizonte. -No sé qué caso tiene; no del todo.
Esas últimas palabras le traen un pesimismo difícil de ocultar a
quien las escucha; quien no tiene si quiera tiempo para reaccionar
antes de escuchar la continuación.
-Quiero entender por qué mi padre me pidió que contara mi
historia; solo sigo su instrucción por honrar su memoria pero no veo
el caso de que lo haga, ¿hará cambiar a los seres humanos? No lo
creo, les he visto cometer los mismos errores incontable número de
veces, pareciera que no aprenden como los demás animales, sé de sus
capacidades cognitivas, sé que su capacidad cerebral es distinta a
la de otros, pero parece que solo un puñado de humanos lo usan para
aprender de sus errores, y además parece que todos los demás los
odian por hacerlo. ¿Por qué se envidian tanto unos a otros? ¿Cómo
es que no entienden que son iguales? ¿Por qué olvidaron lo que es
una manada? ¿Un ecosistema? ¿Para qué tienen palabras para cosas
que no entienden?
Aunque el discurso crece apasionado el semblante distraído de quien
lo pronunciaba no se altera mucho; contrario al de quien la escuchaba
pues su gesto variaba con cada palabra, Fiorella parecía sumirse
cada vez más en los pensamientos provocados que revoloteaban sin
control en su mente.
El silencio se prolonga un rato, despejando su propia duda la joven
de gafas se decide a hablar.
-Dices bien, no entendemos, pocos humanos entienden de verdad el
mundo, pero hemos llegado a ser tantos y hemos complicado tanto las
reglas de supervivencia para nosotros mismos que la mayoría pasa
todo el tiempo usando su cerebro para nada más que sobrevivir.
-¿Y de qué les sirve ser tantos si ese parece el origen de todos
sus problemas? ¿Para qué se reproducen en tal medida?
-No lo sé, el amor es algo que no manejo con mucha maestría que
digamos.
-No los entiendo, he visto a millares de humanos, he hablado con
decenas, pero a penas a un puñado he decidido charlar y a penas unos
cuantos parecen diferentes del resto.
-¿Has hablado con más personas?
-Todas ellas antes de ir al mar.
Linhhn-i dormitaba sin aparente cambio, los segundos que Sergei la
contempla le parecen horas. Al cabo de un minuto se lleva la radio
cerca al rostro, presiona el botón de hablar con lentitud casi
quirúrgica, habla:
-A mi señal abran fuego: tres... dos... ¡ahora!