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2 oct 2013

La indistinguible línea entre de lo anecdótico y lo ficticio.

    ¿Conoce usted en persona a Bill Gates? Si claro, lo ha visto por TV, quizá hasta ha escuchado "su voz" en ella.

    ¿Conoció usted en persona a Einstein? Si, bueno, todos lo "conocemos" le hemos visto por doquier en muñecos y pegatinas, hasta en breves videos de cuestionable calidad.

    ¿Conoció usted en persona a Da Vinci? Vale, hasta su más íntimo "autoretrato" es del dominio público.

    ¿Conoció usted en persona a Pitágoras, Demóstenes, Sócrates, Aristótelesy hasta a Pilates (Seguro un gran gimnasta)? Bueno, pues de todos ellos hay "fidedignos" vestigios, hasta bustos esculpidos en mármol.

    ¿Conoció usted en persona a Siddharta Gautama o a Yeshua de Nazaret? Abundan, por millones, las representaciones "exactas" de su apariencia así como ruedan "incuestionables" ríos de tinta sobre "hechos" de sus vidas.

     En un ejercicio de sentido común, puede usted percatarse de que no conoce a ninguno de estos seres, pero ni si quiera al más cercano y con toda la tecnología del mundo a su disposición: A usted le han dicho o ha leído o escuchado al respecto de todos ellos. A través de uno o un millar de intermediarios que bien pueden ser de entera confianza o no.

     Considerando lo anterior respóndase usted en la misma lógica las siguientes preguntas:
   
    ¿Conoce usted en persona a Superman, a Batman, a Hellboy, a Spawn, a Gokú, a V, a Seiya, a Spiderman, a Kaliman, a Optimus Prime, a Twilight Sparkle, a Ulises, a Hércules, a Sansón, a Siegfiried, a Merlín, a Tepoztecatl, a Quetzalcóatl?

    Igual que para las preguntas anteriores la respuesta es: No

    Claro, en el segundo caso alguien en la cadena de intermediarios admite abiertamente que el personaje es producto de la ficción, que proviene de la imaginación de algún artista o de varios.    Ese intermediario o intermediarios hace una diferencia que pudiera parecer abismal, pero en realidad no es más que unpequeño detalle.

   ¿Qué hubiera pasado si Akira Toriyama o Stan Lee hubiesen asegurado que sus creaciones eran en realidad reflejos anecdóticos de seres reales? ¿Cuánto tiempo pasaría para que se les tachara de mentirosos o de profetas? ¿Qué diferencia haría tras siglos cuando la gente hablara de personajes del pasado?

    El punto de este texto es difícil de condensar, por ello he recurrido a ejemplos que no son otra cosa que la línea de pensamiento que también yo he seguido y que me ha llevado a las siguientes preguntas corolarias:

    - ¿Por qué es más válida la voz de un ser "real" que la de uno "ficticio"? Después de todo, para el hombre corriente no hay diferencia real entre ambos.

    - ¿Por qué habría de creer ciegamente en lo que ha llegado a nuestro conocimiento sin pasar por el método científico? No se puede negar la Ley de la Gravitación Universal de Newton, pero, ¿cómo saber realmente si la hizo un tal Newton, o si acaso existió?

    - La trascendencia de los seres no es producto meramente de sus actos, pues por enormes o diminutos que sean las circunstancias en que los hacen permiten o impiden que se vuelva del dominio público dicha peripecia. ¿Cómo juzgar lo asombroso o no?

    - ¿Por qué volver un modelo a seguir a un ser del cuál, de hecho, no se sabe nada?

    Y más importante que cualquiera de las anteriores:

     ¿Por qué creer más en dichos seres que en uno de carne y hueso o viceversa?